¿Qué preguntas no se pueden responder con datos?

¿Cómo se mide una preocupación? ¿O el vacío que a veces sentimos por dentro? ¿Cuántos días reciclando alcanzan para revertir las emisiones de CO₂ que produce el 1% más rico del planeta?

Vivimos en una época que lo quiere cuantificar todo. El rendimiento, la felicidad, la amistad, el deseo, la empatía… todo parece poder expresarse en números, gráficas y algoritmos. Pero hay preguntas que no caben en una tabla. Los datos ayudan, pero no lo explican todo. Y entender ese límite es fundamental para construir una mirada crítica frente al análisis de datos.

Por eso, iniciamos el proyecto Preguntas para una generación ansiosa. No para dejar de usar datos, sino para usarlos de otra manera. Para partir de las preguntas que no tienen respuesta clara ni cifra posible. Diseñamos interrogantes irónicas, absurdas, íntimas, profundas y contradictorias. Porque en esa imposibilidad de medirlo todo se expresa también la ansiedad de nuestro tiempo.

¿Cuántos me gusta necesita tu autoestima?
Inspirados en el episodio “Caída en picada” de Black Mirror y en una ilustración de Eduardo Salles, nos preguntamos por la necesidad de gustar, de agradar, de contar con la aprobación constante de otros. Vivimos en una sociedad donde el valor de muchas cosas parece medirse en likes. Pero, ¿qué pasa con todo aquello que no puede mostrarse, venderse o compararse?

¿Cuántas notificaciones te distraen al día?
La atención se ha convertido en un recurso económico. Las interrupciones constantes ya no son fallas del sistema: son el sistema. Cada mensaje, cada alerta, cada scroll interrumpe y reorganiza nuestro pensamiento. En esta arquitectura de la distracción, la ansiedad ya no se siente como un síntoma individual, sino como una forma estructural de vivir.

¿Cuánto dinero cuestan tus sueños?
Las expectativas que alguna vez definieron el “éxito” —tener una casa, estabilidad, hijos, un trabajo seguro— se han desvanecido para una generación entera. Como afirma la filósofa Clara Ramas, somos quizás la primera generación reciente en no tener un futuro.
En ese vacío emergen dos narrativas contradictorias: la romantización de la precariedad (“trabaja mientras otros duermen”) y la ilusión de un presente instantáneo y sin esfuerzo.
Quizás estamos, como escribió Gramsci, en un interregno: lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer.

¿Cuánta explotación hay en lo que compramos?
Para Marx, el fetichismo de la mercancía consiste en que las cosas ocultan las relaciones sociales que las produjeron. No vemos la fatiga, la violencia extractiva, ni las cadenas de trabajo que hacen posible nuestros objetos cotidianos.
¿Qué pasaría si cada prenda, celular o electrodoméstico viniera con una etiqueta que contara su historia? ¿Cómo cambiaría nuestra relación con lo que consumimos si lo viéramos todo?

¿Cuántas cosas preferirías no hacer?
Inspirados en Bartleby, el escribiente de Herman Melville, diseñamos una pregunta para hablar sobre el trabajo, la productividad y la precariedad emocional.
Bartleby, quien trabajaba con eficiencia en Wall Street, comienza un día a responder ante cada nueva orden con una frase simple y desobediente: “Preferiría no hacerlo”.
Hoy, en un mundo que celebra el rendimiento como valor supremo, esa frase resuena como una forma mínima —pero poderosa— de resistencia.
¿Qué pasaría si pudiéramos decir que no?

Todas estas preguntas nacen de una certeza: no todo lo importante puede medirse.
Los datos seguirán siendo parte de nuestro trabajo, pero no como respuestas definitivas. Los usamos como herramientas para cuestionar, para evidenciar tensiones, para imaginar otros futuros posibles.

Inspirado en las ilustraciones de Eduardo Salles, este proyecto recoge preguntas incómodas y contradictorias sobre nuestra vida digital, emocional y laboral. Sus imágenes, cargadas de ironía y lucidez, nos empujan a pensar más allá de los datos. Porque hay cosas que no caben en una tabla, pero sí en una buena pregunta.

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