Bucle de Retroalimentación

Los datos recogidos muestran que desde edades tempranas ya se experimentan y reproducen desigualdades de género en la distribución de los cuidados. Visibilizar cómo estas cargas recaen desproporcionadamente sobre niñas y adolescentes mujeres no solo es clave para pensar en justicia social, sino también para imaginar estrategias climáticas más justas y efectivas.

Este dispositivo fue activado en espacios públicos para escuchar, visibilizar y entrelazar las voces de niños, niñas y adolescentes entre los 7 y los 17 años. Participaron 200 personas en total:

  • 129 (64.5%) se identificaron como niñas, adolescentes mujeres o mujeres.

  • 61 (30.5%) como niños, adolescentes hombres o hombres.

  • 10 (5%) como personas no binarias.

Cada participante también eligió un color de lana para representar su identidad de género, lo que permitió visualizar cómo se distribuyen sus experiencias y respuestas según esta variable.

Además de las preguntas de conversación, se les invitó a describirse con una palabra, o a decir cómo creen que los ven otras personas. Los adjetivos más mencionados fueron:

  • "Inteligente" (43%)

  • "Curioso/a" (24%)

  • También aparecieron con frecuencia las palabras: feliz, bueno/a, responsable, creativo/a.

¿Cómo funcionaba el dispositivo?

Inspirado en el concepto de bucle de retroalimentación, el dispositivo proponía una dinámica participativa, estética y simbólica: hilar respuestas con lana en una estructura común. Así se generaba una red visible de experiencias conectadas, en la que cada hilo era parte de un sistema colectivo.

Un bucle de retroalimentación es una dinámica en la que una acción genera efectos que, al regresar al origen, pueden amplificar o modificar el sistema. En términos sociales y ecológicos, esta noción permite pensar cómo ciertas prácticas, como la distribución desigual de las tareas del hogar, refuerzan inequidades estructurales y afectan otros ámbitos de la vida —incluido el cambio climático— en ciclos que se retroalimentan.

Durante la interacción, cada participante contestó 5 preguntas, hilando una lana por cada respuesta:

  1. ¿Qué tarea haces tú en tu casa?

  2. ¿Quién hace más tareas en tu casa?

  3. ¿Crees que eso es justo?

  4. ¿Qué pasa si nadie hace esas tareas?

  5. ¿Crees que el cambio climático tiene algo que ver con esto?

El tejido colectivo fue creciendo con cada participación, convirtiéndose en una forma visible de bucle: las voces, las emociones y los gestos individuales regresaban transformados al espacio común, nutriéndolo.

Hallazgos principales

Las tareas del hogar más mencionadas fueron:
barrer, trapear, lavar ropa, cuidar hermanitos, lavar platos y tender la cama.
Entre adolescentes de más edad también aparecieron: cocinar y trabajar por fuera del hogar.

Los relatos recogidos mostraron tendencias claras:

  • Las tareas de cuidado fueron realizadas principalmente por niñas y adolescentes mujeres.

  • Las personas más jóvenes (menores de 12 años) tendían a responder que la distribución era "justa" o “todos ayudan”.

  • A medida que aumenta la edad, aparecen más relatos situados, tensos o críticos sobre la desigualdad:

“Mi mamá le grita a mi papá para que lave la ropa.”
“Mi hermana hace cosas más delicadas, yo saco la basura.”
“Un día me tocó hacer oficio todo el día mientras mis primos jugaban Nintendo.”

Las respuestas a la quinta pregunta ("¿el cambio climático tiene algo que ver con esto?") dieron lugar a asociaciones sorprendentes, aunque no siempre directas. Algunos participantes vincularon el cuidado del entorno con tareas del hogar, como barrer o reciclar; otros hablaron del esfuerzo que implica vivir en contextos vulnerables donde las consecuencias del cambio climático —como lluvias o calor extremos— complican aún más las labores diarias.

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