Árbol de Decisiones

Empieza con una pregunta: ¿Sí o No? Y según por dónde camino, aparece otra. Una que me hace dudar de lo que acabo de decir. Una que incomoda, que enreda, que obliga a volver sobre lo pensado. Así funciona el Árbol de Decisiones: una pregunta lleva a otra, y cada decisión deja una marca.

Empieza con una pregunta: ¿Sí o No? Y según por dónde camino, aparece otra. Una que me hace dudar de lo que acabo de decir. Una que incomoda, que enreda, que obliga a volver sobre lo pensado. Así funciona el Árbol de Decisiones: una pregunta lleva a otra, y cada decisión deja una marca.

Con cada paso se dibujan caminos. Caminos que se pueden contar: sabemos cuántas personas fueron por dónde, qué decisiones tomaron. Pero no se trata solo de eso. Este árbol no está hecho para representar lo que ya sabemos, sino para interpelar. Para invitar a pensar en medio del tránsito cotidiano.

No es una encuesta. Es una provocación. Un dispositivo construido a partir de la lógica del teorema de Bayes y de la filosofía política de Jacques Rancière, donde lo que importa no es el dato por sí solo, sino el gesto de pensarse en relación con otros.

Rancière recuerda una distinción que hacía Aristóteles: entre quienes solo tienen phōnē —la voz como ruido, como dolor— y quienes poseen lógos, la palabra que articula lo justo y lo injusto. Pero para Rancière, el momento político ocurre cuando quienes han sido tratados como si solo tuvieran voz toman la palabra. El Árbol de Decisiones quiere abrir ese momento.

Porque decidir —en el espacio público, en medio de otros, con todo lo que eso implica— también es hacer política.

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